
El mar Mediterráneo baña las costas de unos pocos privilegiados países, una herencia transmitida desde generaciones que, con el paso de los años, los productos cultivados en sus regiones han originado una de las mejores dietas alimentarias, equilibrada, variada y nutritiva. Tales son sus beneficios para el organismo que la UNESCO considera la dieta mediterránea como “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad” desde 2010. Es en ese momento cuando debemos dejar de referirnos a ella como una herencia para hacerlo como un legado cultural, social e histórico, un cofre cuyo tesoro es la salud.
No existe una única dieta mediterránea, sino que cada país marcará diferentes variantes en base a sus productos estrella. Eso sí, todas ellas están basadas en el consumo de alimentos obtenidos de los cultivos tradicionales como son el trigo, la vid y el olivo. Además, se reduce el consumo de carne e hidratos de carbono en beneficio de incluir un mayor número de alimentos vegetales y grasas monoinsaturadas. Esta dieta es algo más que comer, es en sí un estilo de vida que debe ir acompañada de la realización de deporte de manera regular, del uso de productos de temporada, así como la forma de cocinar tradicional y, por qué no, de ser compartida con amigos y familias.

El secreto está en la tierra
Los alimentos más característicos de esta dieta son las verduras, las legumbres, todo tipo de fruta, el pescado, las carnes blancas, los lácteos, cereales como pasta y arroz, frutos secos y el vino, siempre consumidos con moderación. Todos ellos deben ir acompañados del ingrediente estrella, el aceite de oliva, que contiene ácido oleico y grasas vegetales con las que permite reducir el riesgo de obstrucción en las arterias, y poseen un alto contenido en carotenos y vitamina E.
Llevar una planificación de comidas basada en este tipo de productos ofrece al organismo desde el punto de vista nutricional:
- Bajo contenido en grasas saturadas, ya que no está basada en la ingesta de carnes rojas.
- Elevado contenido de grasas monoinsaturadas, que proceden del aceite de oliva.
- Abundante consumo de ácidos grasos poliinsaturados (omega-6 y omega-3) a través de los pescados azules y frutos secos.
- Baja en proteína animal.
- Rica en fibra, vitaminas, minerales y antioxidantes, que proceden de las frutas, frutos secos, verduras, hortalizas y legumbres.

Un aliado en el deporte
Los beneficios para la salud que supone esta dieta son refrendados cuando se combinan con el ejercicio físico. Se aconseja que este debe ser moderado, pero rutinario, con hasta cinco entrenamientos semanales de una duración de 30 minutos. La práctica deportiva facilita la bajada de peso, el control de la presión arterial y la hipercolesterolemia. Existe también una relación entre la dieta mediterránea y la disminución de enfermedades cardiovasculares y ante la prevención de diabetes mellitus. Pero se trata de mucho más que control del peso y la sensación de bienestar físico, ya que puede mejorar el funcionamiento de diversos órganos, como el riñón y el corazón. En este sentido, el aporte de la globalización como efecto altavoz de las rutinas positivas ha exportado este tipo de dieta a Estados Unidos o al norte de Europa.
Los resultados son visibles y demostrables, tanto que España es el país más saludable según el índice Bloomberg Healthiest Country. Llama la atención que el segundo país de la lista son nuestros vecinos de Italia, que también poseen una dieta Mediterránea. Esto ha supuesto que en la última década se hayan registrado menos muertes por enfermedades cardiovasculares y de cáncer, aspecto muy importante debido a que según el informe de The Lancet, una mala dieta provoca 1 de cada 5 muertes en el mundo. De este modo, podemos apreciar que una buena alimentación significa salud, más años de vida e, incluso, muchos dirán que felicidad.
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